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Resumen
La ética existencial es el estudio de las implicaciones éticas y valorativas de la extinción humana. En este artículo, se examinan cuatro conceptos clave en este campo emergente: (1) extinguirse es diferente de estar extinto; (2) las catástrofes que causan la extinción son diferentes en tipo, no solo en grado, de aquellas que no la causan; (3) la “extinción humana” puede tener múltiples significados que, al aplicarse, pueden producir conclusiones diversas, incluso contradictorias, sobre lo que podría constituir los mejores resultados futuros; y (4) existen razones históricas por las cuales la ética existencial ha tendido a ser ignorada hasta hace poco. Uno de los objetivos de este artículo es iniciar una discusión sobre cómo podría ser una ética existencial del cuidado de la salud.
Preguntas y conceptos clave
La ética existencial es un campo naciente de investigación filosófica que se centra en las implicaciones éticas y valorativas de la extinción humana. El término existencial, tal como lo utilizo aquí, se refiere a “lo relacionado con la existencia”, más que a la postura filosófica del existencialismo. Se ocupa de preguntas como las siguientes: si tenemos obligaciones hacia las personas del pasado que exigen que nuestra especie continúe existiendo, ¿cuál es la naturaleza y el alcance de dichas obligaciones? ¿Constituiría la pérdida de personas futuras hipotéticas una tragedia moral? ¿Qué queremos decir, en primer lugar, con “humano” y “extinción”?
Algunos expertos sostienen que la probabilidad de extinción humana en este siglo es mayor que en cualquier otro momento del pasado. Las estimaciones pueden oscilar entre aproximadamente el 16 % y el 30 %.1,2 Si estas estimaciones son correctas, los científicos, los filósofos, los responsables de formular políticas y los profesionales del cuidado de la salud deberían tomarse más en serio la idea de la extinción. En este artículo, se plantea que cuatro conceptos clave de la ética existencial son importantes para el cuidado de la salud y para la profesionalidad en salud: (1) extinguirse es diferente de estar extinto; (2) las catástrofes que causan la extinción son diferentes en tipo, no solo en grado, de aquellas que no la causan; (3) la “extinción humana” puede tener múltiples significados que, al aplicarse, pueden producir conclusiones diversas, incluso contradictorias, sobre lo que podría constituir los mejores resultados futuros; y (4) existen razones históricas por las cuales la ética existencial ha tendido a ser ignorada hasta hace poco.
Los dos primeros conceptos podrían tener implicaciones significativas para la práctica del cuidado de la salud y el modo de asignación de recursos dentro de los sistemas del cuidado de la salud, según cómo se interpreten. Desde una perspectiva que ha ganado influencia en la última década, deberíamos priorizar las intervenciones de cuidado de la salud que garanticen la supervivencia a largo plazo de la humanidad —millones, miles de millones y billones de años en el futuro—, lo cual podría implicar dejar de financiar intervenciones “cortoplacistas” centradas, por ejemplo, en tratar a personas con enfermedades en países empobrecidos. El tercer concepto destaca el hecho importante de que hay distintas formas en que la humanidad podría “extinguirse”. Una de esas formas consiste en utilizar avances biomédicos para rediseñar radicalmente nuestra especie y transformarla en una o más nuevas especies “poshumanas”. Este objetivo de crear la poshumanidad podría considerarse una forma de “proextincionismo”, es decir, la postura según la cual nuestra especie debería extinguirse, que ha cobrado influencia en el sector tecnológico.3 Por último, el cuarto concepto analiza por qué la ética existencial ha recibido tan poca atención hasta fechas muy recientes. El hecho de que no exista una “tradición” establecida de ética existencial —de reflexión sobre las implicaciones éticas y valorativas de nuestra extinción— podría parecer que socava la credibilidad del campo: si el tema mereciera realmente ser estudiado, muchos ya habrían escrito sobre ello. Sin embargo, por razones que se explican más adelante, hasta el siglo XIX casi nadie en Occidente creía que la extinción humana fuera siquiera posible.
Dado que la medicina desempeñará —es razonable afirmarlo— una función crucial en que nuestra especie sobreviva o no este siglo, las ideas y los hallazgos de la investigación en ética existencial son directamente relevantes para cómo se practica, o debería practicarse, el cuidado de la salud. Por eso sostengo que los profesionales del cuidado de la salud deberían comprender, al menos, los siguientes cuatro conceptos.
Extinguirse vs. estar extinto
El primer concepto trata sobre una distinción simple pero crucial entre el proceso de extinguirse y el estado posterior de estar extinto. Supongamos que se plantea la siguiente pregunta a dos personas: “Si una pandemia causara nuestra extinción, ¿sería esto algo malo?” Ambas podrían responder afirmativamente, pero sus razones subyacentes podrían diferir sustancialmente. Una persona podría decir que la única razón por la que nuestra extinción sería mala es que el proceso de extinguirnos causaría un sufrimiento horrible y pondría fin prematuro a la vida de aproximadamente 8 mil millones de personas que existen actualmente.4 La otra podría afirmar que, además de la muerte y el sufrimiento provocados por extinguirnos, nuestra inexistencia impediría la existencia de un número potencialmente enorme de personas futuras. La primera persona sostendría que la “pérdida” de personas futuras hipotéticas no puede ser algo malo, ya que no se puede perjudicar a alguien por no haber existido. Pero para la segunda persona, la inexistencia de esas personas futuras podría constituir, con mucho, el peor aspecto de nuestra extinción. Según Carl Sagan, si la humanidad sobrevive otros 10 millones de años, nuestro planeta podría albergar a 500 billones de personas.5 La pérdida de esas personas sería mucho peor que la muerte de aproximadamente 8 mil millones de individuos, por terrible que esta pueda ser.
Por lo tanto, la distinción entre extinguirse y estar extinto no es meramente académica; tiene implicaciones prácticas importantes: Si uno considera que estar extinto también es una fuente de lo que hace mala a la extinción —quizá la fuente principal—, podría verse inclinado a priorizar decididamente las intervenciones orientadas a prevenir catástrofes que causan extinción por encima de aquellas que abordan catástrofes que no la causan. Esto nos lleva a una segunda idea clave en la ética existencial.
¿Estar extinto es una fuente de maldad?
En su libro de 1984, Reasons and Persons, Derek Parfit describe tres escenarios: (A) paz, (B) una guerra nuclear que mata al 99 % de la humanidad y (C) una guerra nuclear que mata al 100 % de la humanidad.6 Luego plantea si la mayor diferencia se da entre (A) y (B) o entre (B) y (C). La mayoría de las personas considera que la diferencia más significativa se da entre (A) y (B),7 ya que probablemente se centran en los daños inmediatos que podrían estar asociados con el proceso de extinguirse, pero Parfit sostiene que lo que separa (B) de (C) es muchísimo mayor.6 Esto se debe a que el escenario (C) impediría la existencia de todas las personas futuras —y, por lo tanto, de todo el valor futuro—, mientras que ni (A) ni (B) necesariamente lo harían. Dado que la cantidad de valor futuro podría ser astronómicamente grande, especialmente si nuestros descendientes llegaran a colonizar el espacio, el escenario (C) representa una discontinuidad fundamental en la gravedad de ciertos escenarios catastróficos. A medida que aumenta el número de muertes causadas por la guerra nuclear, también lo hace la gravedad de la situación. Sin embargo, una vez que muere el último ser humano, la gravedad de la situación se dispara repentinamente, porque es en ese momento particular cuando se pierde para siempre todo el valor futuro.
En contraste con el énfasis de la segunda persona en el valor futuro perdido, la primera persona mencionada anteriormente, que considera que la maldad de la extinción humana se reduce por completo a los detalles del proceso de extinguirse, sostendría que, una vez que muere el último ser humano, la gravedad de la situación se estabiliza. Esto se debe a que —contra Parfit— no creen que las personas y el valor “perdidos” asociados con el estado de estar extinto sean moralmente relevantes. Como se aludió anteriormente, algunos defensores de esta postura argumentarían que, si no hay nadie que sufra por la inexistencia de la humanidad, entonces nadie puede ser perjudicado por el hecho de estar extinto. Y si estar extinto no perjudica a nadie, entonces el propio estado de estar extinto no puede ser malo (o incorrecto). Esta es una discrepancia fundamental dentro de la ética existencial.
La conexión con el cuidado de la salud radica en que, si existe una discontinuidad fundamental entre las catástrofes que causan extinción y las que no la causan (es decir, si estar extinto es una fuente de maldad), entonces deberíamos asignar más recursos a la prevención de las primeras, incluso si esto implica descuidar las segundas. Por lo tanto, los profesionales de la salud que aceptan la postura de Parfit deberían restar prioridad a las intervenciones no relacionadas con la extinción que consumen recursos valiosos, si dichos recursos pudieran emplearse en cambio para proteger la supervivencia a largo plazo de la humanidad. Este razonamiento explica por qué el “largoplacista” Nick Beckstead, quien coincide con la visión de Parfit, sostiene que deberíamos dar prioridad a salvar las vidas de las personas en los países ricos antes que a las de quienes viven en países pobres, si todo lo demás se mantiene igual, dado que (a) las personas en países ricos están mejor posicionadas para proteger nuestro futuro a largo plazo y (b) el futuro a largo plazo tiene una importancia moral “abrumadora”.8
Los especialistas en ética clínica necesitan familiarizarse con el campo de la ética existencial, ya que a menudo enfrenta los intereses de la especie contra los intereses de los individuos identificados.43
Esta conclusión se sostiene incluso si la probabilidad de un escenario específico de extinción es minúscula, ya que el “riesgo existencial” asociado podría seguir siendo muy elevado. Es decir, un evento de baja probabilidad que pudiera provocar la pérdida de enormes cantidades de valor futuro seguiría considerándose como muy “riesgoso” según la definición estándar de riesgo como la probabilidad de un evento multiplicada por sus consecuencias.9 Si Parfit y Beckstead tienen razón, entonces gran parte del enfoque actual en el cuidado de la salud —y, de hecho, de nuestros esfuerzos filantrópicos en general— podría estar mal orientado. Esto no quiere decir que la atención individual a corto plazo no importe, sino que solo importa en la medida en que contribuya al objetivo de realizar nuestro “potencial” a largo plazo en el universo durante los próximos millones, miles de millones y billones de años —lo cual, por supuesto, requiere que la humanidad no se extinga en un futuro cercano.
¿Cómo debería definirse la extinción humana?
La tercera idea clave se refiere a las distintas formas en que podría definirse la extinción humana. La mayoría de las personas entiende la extinción humana como una situación en la que nuestra especie, el Homo sapiens, desaparece por completo y para siempre. Sin embargo, muchos futuristas —incluidos quienes simpatizan con la tesis de la discontinuidad de Parfit— definen la humanidad como algo que incluye no solo al Homo sapiens, sino también a cualquier especie sucesora que pudiéramos tener, incluso si estos seres fueran muy distintos a nosotros, por ejemplo, completamente no biológicos. Algunos añaden que estos sucesores también deben poseer ciertas características para ser considerados humanos, como tener un “estatus moral” comparable al nuestro.10
Esta definición más amplia implica que el Homo sapiens podría desaparecer por completo y para siempre —tal vez en un futuro cercano— sin que haya ocurrido una extinción humana. Mientras nuestra desaparición coincida con la aparición de una nueva especie sucesora, la “humanidad” persistirá. En consecuencia, personas que definen humano o humanidad de forma diferente podrían parecer estar de acuerdo en la importancia de evitar la extinción humana, aunque sus posturas podrían ser diametralmente opuestas. Una persona podría desear preservar nuestra especie en particular, mientras que otra podría mostrarse indiferente ante su supervivencia o incluso preferir activamente que el Homo sapiens sea reemplazada por una especie sucesora que considere “superior”.11
De hecho, muchas de las voces más influyentes que abogan por evitar la extinción humana son “transhumanistas” y largoplacistas que consideran que crear una nueva especie poshumana es esencial para cumplir nuestro potencial cósmico a largo plazo.1 (La terminología aquí puede resultar confusa, ya que los poshumanos también serían considerados humanos según su definición.) Una vez que la poshumanidad llegue, estos transhumanistas y largoplacistas son en gran medida indiferentes al destino del Homo sapiens y, de hecho, algunos sostienen explícitamente que nuestra especie debería desaparecer.11,12 Esta no es una postura marginal: la idea de que el futuro de la humanidad es digital y no biológico está ampliamente extendida entre muchos actores del sector tecnológico, algunos de los cuales sostienen que reemplazar nuestra especie en un futuro cercano por seres artificiales es “el siguiente paso natural y deseable en … la evolución cósmica”.13
Si se entiende por humanidad específicamente a nuestra especie, entonces estas posturas, adoptadas por destacados transhumanistas y largoplacistas, deberían categorizarse como proextincionistas, dado que el Homo sapiens probablemente no sobreviviría en un mundo dirigido y gobernado por nuestros sucesores poshumanos. Aunque muchas personas asocian el proextincionismo con posturas como el pesimismo filosófico (la inexistencia es preferible a la existencia; la vida no merece ser vivida) y el ambientalismo radical (el Homo sapiens debería desaparecer porque está destruyendo la biosfera), existe una forma particularmente insidiosa de proextincionismo que se ha vuelto omnipresente en sectores influyentes de las grandes empresas tecnológicas asociadas con ideologías transhumanistas y largoplacistas.
Por ello, desambiguar el término extinción humana resulta fundamental para comprender los debates contemporáneos sobre este tema. La afirmación “me opongo a la extinción humana” carece de sentido sin una explicación adicional de lo que se quiere decir con ese término, así como de cuál de los aspectos de la extinción —el proceso de extinguirse o el estado de estar extinto— se considera una fuente moralmente importante de su maldad o incorrección.
¿Por qué la ética existencial ha sido ignorada hasta fechas muy recientes?
La cuarta idea clave se refiere a la cuestión histórica de por qué la ética existencial ha sido en gran medida ignorada por el ámbito académico hasta fechas muy recientes. Durante gran parte de la historia de Occidente, la mayoría de las personas habría afirmado que la extinción humana es fundamentalmente imposible. Esto se debió a dos razones principales: Primero, la mayoría de las personas aceptaba un modelo de realidad llamado la “Gran cadena del ser”, que negaba la posibilidad de cualquier tipo de extinción. La completitud eterna de la Gran cadena se consideraba un reflejo de la perfección de Dios y, por lo tanto, dado que Dios es perfecto, ningún eslabón de la cadena podía faltar jamás. Si la extinción en general es imposible, entonces también lo es la extinción de la humanidad. Esta idea fue inmensamente influyente desde los primeros siglos del primer milenio hasta principios del siglo XIX, cuando Georges Cuvier y otros la refutaron.12 En segundo lugar, la mayoría de las personas en la historia occidental también aceptaba una cosmovisión cristiana según la cual la extinción humana no forma parte del plan de Dios para la humanidad. Nuestro mundo terminará algún día, pero ese final marcará un glorioso nuevo comienzo: la vida eterna en el cielo para los creyentes. La humanidad no puede simplemente desaparecer por completo y para siempre. No fue sino hasta el siglo XIX, poco después del colapso de la idea de la Gran cadena, que el cristianismo comenzó a declinar entre las clases educadas. Este declive abrió un espacio conceptual para que las personas aceptaran lo que, hasta entonces, había sido impensable: que la extinción humana es posible.12
Por estas dos razones, las preguntas sobre las implicaciones éticas y valorativas de la extinción humana fueron en gran parte ignoradas dentro de la tradición intelectual occidental: ¿Qué sentido tiene examinar la ética de algo que no puede ocurrir? Sin embargo, en los últimos veinte años, la ética existencial ha comenzado a consolidarse como un campo coherente de investigación. Gran parte del debate en ética existencial ha estado dominado por transhumanistas y largoplacistas que aceptan la tesis de Parfit, según la cual la gravedad de una catástrofe se dispara en el momento en que el 100 % de la humanidad desaparece, precisamente porque estar extintos nos impediría cumplir nuestro potencial a largo plazo en el universo.
El largoplacismo y el transhumanismo son solo dos de las muchas posturas que pueden adoptarse dentro de la ética existencial. Solo desde alrededor de 2015 los filósofos han comenzado a explorar sistemáticamente una variedad de posturas alternativas. La novedad de este tema implica que no existe una tradición consolidada y consagrada por el tiempo para abordarlo con rigor. Esto es desafortunado, porque existen argumentos plausibles para afirmar que la extinción humana podría ser más probable en este siglo que en cualquier otro momento de nuestra historia, dadas las nuevas amenazas que plantean la guerra termonuclear, las pandemias diseñadas y, quizás, la superinteligencia artificial.
Conclusión
En este breve artículo, he presentado cuatro conceptos clave en la ética existencial. Espero que esta exposición sirva como un punto de partida útil para futuras discusiones sobre las importantes —aunque poco exploradas— conexiones entre el cuidado de la salud y las implicaciones éticas y valorativas de la extinción humana. Si nuestra especie realmente pudiera desaparecer en este siglo —como esperan algunos defensores de ideologías como el transhumanismo, el largoplacismo y el “aceleracionismo”—, entonces, sin duda, corresponde tanto a los filósofos como a los profesionales de la salud examinar la naturaleza e implicaciones de este acontecimiento.
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